Para ellos, Cerdeña es como un parque generalizado, una isla feliz de oasis naturales y reservas protegidas, incluso en paisajes interminables donde no hay ninguna señal que los indique como tales. Los pocos habitantes de la Isla dejan un amplio espacio a la naturaleza tenaz, animada por un espíritu vivo, un hábitat ideal para muchas criaturas salvajes. Animales que sin el límite del mar se habrían alejado de su tierra, perdiendo sus características especiales y quizás la libertad de vivir como mejor saben. Caballitos, burritos, muflones, ciervos, águilas, buitres están aquí desde siempre, otros vienen a pasar el invierno y golpeados por el mal de Cerdeña no se van. Como los flamencos que anidan en las áreas húmedas detrás de las playas, coloreando de rosa los paisajes lagunares de la Isla.